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El último Valladolid-Ariza de Rangil, 2022

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Folleto de la exposición (pdf)

Por Silvia Pascual

Sabía ya mecanografía. Utilizó mi máquina electrónica de escribir. El documento que recoge todas sus exposiciones, individuales y de grupo, por poner un ejemplo, lo elaboró él mismo a máquina, lo mantuvo en todo momento a una sola cara y actualizado hasta el 2008… Entonces volvía al lapicero, a anotar a mano; nos archivaba resúmenes en USB y su forma de anotar el nombre y teléfono de cada destinatario en sus llaveros era ya UN CUADRO. Seguía realizando entregas. Seguía entregando por series. Me dijo “dime cuánto mide la pared que tengas más grande de tu casa de ahora.” Iba a pintarme algo. No llegó a hacerlo. Pero bueno, ahora todavía tengo 19 años:


Descripción por espacios:

Espacio 1: Zaguán

Estamos en un coche -salimos del Zaguán-; el maletero no cierra; Rangil recoloca bultos de ropa y comida. También hay cuadros, paisajes, son grumosos como el tazón de avena cocida que acabamos de dejar a medio comer. Los pone boca arriba, como bandejas de pasteles con trozos de uva roja; están secos, pero según los mires dan la impresión de no estarlo. Se mueven solos. Amanece, el aire aún es frío porque nos vamos a Soria y el filtro azul porque vamos en subida. Arranca. Trasladamos hacia su tierra de origen los primeros cuadros que pintó, por si acaso, dice. Los tramos han cambiado ya pero no los colores. Cada vez que levanto la vista me encuentro con una nueva gama, los cambios marcan el kilometraje mejor que el reloj y que el tren. Esta vez no me impaciento, tampoco estoy tranquila, pero de alguna manera siento que todo acompaña. Es el último de nuestros viajes, pero no lo sabemos aún. Es el momento en que:

“el artista despega del suelo, comienza a hacer temblar la tierra, la convierte, oh, no, en discontinua… La tierra comienza a ser conquistada. Flores, jarrones de flores, muros, iglesias monumentales se desbordan”.

cuadro primera etapa

Espacio 2: Estación de Velilla

Nos paramos en la estación de Velilla, estamos ya a la mitad del día, la biografía, la línea férrea y la obra pictórica. Tengo siete años. Se acaba de clausurar la línea Valladolid-Ariza pero suena a jolgorio de boda. Un grupo de paisanos celebra un banquete en la misma estación; mi padre sonríe, me acerco, está dibujando parejas de una forma nueva y está emocionado, se puede reconocer lo que dibuja, pero no es exacto, se parece más bien a las pinturas que hacemos en clase, que, con una idea, vale. Una gran ventana preside la mesa. Su luz parece llegar a todos los comensales. Nunca le había visto pintar a tanta gente y nunca habíamos estado así con tanta gente. Es como si todos celebrásemos algo.

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Espacio 3: Sala central

El viaje continúa y, ahora mismo…

…“no sabría decir de dónde viene el viento que todo lo mueve. No me da tiempo a verlo. No me da tiempo. Lo haré así, como en las películas, a fo to gra mas. Total, el cine no es arte, es fotografía. El hueso a la vista de todos.”

“Y no me importa el peso porque floto y, junto a mí, todo aquello que contemplo y enumero, como el chico del cuento que adquiere la habilidad temporal de convertir todo lo que toca en oro, para aprender, sí, algo sobre la finitud del mundo, pero qué importa eso ahora, qué importa si floto. Mira, mira hacia allí, se deshace la iglesia, quizá llegue a tiempo aun de tocarla con todas mis manos.”

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“Las casas son de piedra, de ladrillo, se amontonan. Emergen del centro de la tierra con singularidad y orgullo. Las casas acogen y repelen. Expanden y acaparan. Comprimen. Las sombras huelen a cal nueva y a salitre antiguo. El reflejo de la luz solar, ciega. Se ven estrellitas en los ojos un buen rato después de haberlos cerrado. A pesar del sol, el frío.”

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Me encanta el último tramo, es más largo en paisajes, el que más los estira. Papá ha puesto la misma cinta dos veces seguidas, y ha estado cantando. Creo que está en algo. La llegada siempre es dulce, espesa. Todo se para, como en una postal. Y él está distinto. El río también lo ha estado, no sé por qué, ha aparecido más veces y como más metido hacia abajo, más profundo.

Vamos primero a la casa, la han cerrado por fuera con tablones de madera oscura clavados en el quicio original. Papá abre el buzón, gira sobre sí mismo en el portal, poblado de sillas de madera más bien endeble y comienza a sacar manojos de llaves. Vienen ahora a recogerlas.

Vamos después a la sala de exposiciones, donde nos espera un señor alto con cara de pocos amigos que va cogiendo lo que Papá le entrega en escrupulosa cadena desde el maletero hasta la puerta, sin muchas contemplaciones. Ayudo a sacar uno de los cuadros y veo una muesca en la esquinita superior del marco. “Eso da igual”, me dice, lo nunca visto, un fallo y un fallo que no cuenta. Poco después añade “mira aquí” (para distraerme y seguir ellos dos sin mi ayuda) y señala al cielo del paisaje cuyo marco se ha golpeado durante el trayecto. De entre todo el cuadro, apunta a esa parte, no lo comprendo, pero durante el tiempo en que fijo la vista, ellos han terminado ya de descargar de cuadros el capó.

“Ahora ya no pinto tanto estas casas, pero no eran tan raras, ¿no? solo había que subir más arriba del monte para verlas torcidas” me dice. Sonríe, por fin. Gracias.

"Había un herrero en Soria. Sus dos hijos trabajaban con él. Sus hermanos tenían en Zaragoza otra fragua asociada que servía a las factorías de automóviles. Nunca compartió la fórmula de las cantidades que componían la aleación ni con sus hijos, ni con sus hermanos."

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