Como buen filósofo peripatético, persiguió durante años su hilo argumental a través de largas caminatas al aire libre por su Soria querida. Fruto de esas caminatas fueron las fotografías que en ocasiones funcionaron como disparador de su obra, ventanas abiertas a las que se asomaba desde su estudio vallisoletano. Pero aquellos encuadres adquirieron nuevas dimensiones y los colores del paisaje se expandieron en una cromática siempre mutable. Su paso de lo figurativo a lo abstracto es el Misterio del que hacemos partícipe al visitante. Sin ceñirnos a una hipótesis unívoca, aceptamos esta búsqueda y somos cómplices de esta transformación.
1973‐1985
Etapa cuasi-figurativa. El pintor elige pequeños objetos y planos generales del paisaje rural o urbanizado.
Explora la materia y el presente. Observador incansable, procura encapsular la realidad recopilando piezas.
Sin embargo, el crítico Paco López avisa de un estado desafiante anterior a este naturalismo: “Frente a esa subyugación plástica a que nos somete el páramo castellano, Rangil había sabido sofocar su abrumadora presencia para hacerla decididamente urbana”.
1985‐1996
Etapa tardo-cubista. Establece conjuntos e intersecciones con los que articula pregunta y respuesta que desembocan en un diálogo entre elementos dentro del mismo cuadro.
Alterna figuración expresiva y abstracción, reflexión con modernidad. Aborda el retrato delirante -siempre a escasos milímetros de sus “Ventanas”*, serie creada ese mismo año-, poco más que cabezas en cuya inclinación aleatoria asoman persistentes estados del alma, como el extrañamiento... el viajero nocturno que no se reconoce siquiera a sí mismo...
Ahora, el divorciado Rangil que tanto había borroneado, travieso, en la tierra preferida de Machado, redescubre el impulso junto a su nueva compañera, aquel que tenía el arte contemporáneo español, que se había expresado así desde el tiempo en que el pintor lo seguía de niño en el suplemento del diario ABC.
¿La abstracción debería ser un resultado o un tratado, y no un tránsito, -un tránsito sólido, terráqueo, en su mayor parte apacible, en el que vemos que el maestro se instala- ?. La composición es más compleja y la naturalidad, otra. ¿ Está el autor eligiendo entre una de las dos?
1996‐2005
Etapa crono-tópica, en la que se trasciende aquella complejidad. Un retorno a la verticalidad como deseo primitivo e imposible al mundo de las Ideas, al Verbo.
Una serie de trabajos en cera deliberadamente infantiles cierran este periodo final del abuelo Rangil. Sin lienzo, sin marco, sin óleo, retoma las hojas del cuaderno y los periódicos como soporte. Lejos de lo naif, mantienen un grosor irreductible. Ofrecen el valor de la alegría. Pintaba como si nada, exponía como si nada, enseñaba como si nada, incluso sus espacios ahora ya verdaderamente agónicos. Construcciones notoriamente palpables en las que alcanza el primer plano un gesto dominante que surge del fondo, convertido en personaje, de viaje 65 de sus 78 años, y que nos ofrece hoy la reconciliación con nuestra más inconfesable vulnerabilidad: el anonimato y la inevitable muerte. Volvamos a casa. El filósofo peripatético tararea una ranchera mientras deshace un terrón de la colina, roja como la de su primer cuadro, con sus grandes zapatones de “profe”.